domingo, 20 de junio de 2021

La provinciana

Ya sé que sí, yo me he equivocado.
Lo sé, perdón. Soy un ser humano.

La muy rarita provinciana mira con asombro alrededor buscando algún lugar que le sea familiar, y solo puede encontrar montones de gente que se mueven a un ritmo acelerado, sumergidos en su propio mundo como si no existiera lo demás.
La proviciana llega a un cuarto de hotel con vista a la gran ciudad y no puede dejar de estar mirando por la ventana, asombrada del paisaje natural entre edificios nuevos y viejos que emergen de un suelo irregular y entre grietas. Más asombrada está de la lluvia.
La provinciana toma un auto para conducir sobre ese monstruo de asfalto, con miedo toma grandes avenidas, lucha contra el tráfico, llega a casetas de pago en las que no sabe que carril tomar, comete errores, se va por vialidades exclusivas del transporte público, y muere por el pánico de recibir una multa, pero sobretodo que se den cuenta de su provinciano ser.
La proviciana se asombra de las maravillas de la gran ciudad, de los seres nativos, y de los ya artificialmente nativos adaptados, que alguna vez fueron llamados provincianos. 
La proviciana se mezcla entre sus gentes, le agradan, les da otra forma, una más real y no contada. Espera que también la puedan dejar de ver cómo una forastera y encuentren el lugar común: una buena conversación, risas, miradas, abrazos, besos, dramas... Y todo lo humano.

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