Ya para qué me hacía tonta. Me
costó mucho divertirme los últimos minutos de la fiesta pues solo podía pensar
en lo inevitable: la noche de bodas. No había opción, tenía que hacerlo.
El evento fue un derroche de
envidias e hipocresías. Lo sé porque todas las solteras del pueblo soñaban con
ser la señora de Olivas, así que me felicitaban y sonreían apretando los labios
del coraje. En aquellas horas yo era la persona más feliz del mundo. Tenía la
atención de todos y en la boda era la estrella principal. El marido no existía.
Yo la verdad ya ni me acordaba de él. Además, durante toda la noche no tuve a
mi mama jodiendome todo el tiempo, tratando, como siempre, de acomodarme el
cabello, bajarme la falda, criticar mi escote, juzgarme de puta. Porque a
partir de ese momento yo ya era una señora: LA SEÑORA. Incluso, mi hermana dejo
de tratarme como idiota y me dijo “Hasta que hiciste algo inteligente Nenita y
amarraste al gran Roberto Olivas”
Yo nunca vi lo grandioso del
señor Olivas. A mí me daba igual, pero todo mundo parecía admirar como se
aferraba para conseguir lo que quería - como su fortuna, por ejemplo-. Y bueno,
se aferró a mí. Si no fuera por mis amigas que me insistían día tras día y me
decían: “Cásate con él, Nenita. Te conviene. Dicen que hasta se va a lanzar
para la candidatura de la alcaldía. ¿Te imaginas?, Tu de primera Dama” ni lo
hubiera considerado. No lo voy a negar, lo de ser la primera dama me movió,
pero sobre todo era una oportunidad para sobresalir y demostrar a mis padres
que se equivocaron de hijo favorito.
Toda mi felicidad y la alegría de
haber disfrutado de una gran fiesta desapareció cuando llego el momento de cumplir
como esposa. Porque, la verdad es que a uno le inculcan la sumisión y el
servilismo. No me podía quejar. Y el señor Olivas con impaciencia y sin darme
un momento para asimilar mi futura vida, se dispuso a quitarme la ropa y a
penetrarme tan pronto como pudo. ¿Era esto normal, sentir asco por tu esposo?
¿Estar pidiéndole a todos los dioses que terminara la noche de bodas?. Afortunadamente
su ímpetu duro poco. Alegó que con tan grandes pechos, y lo que describía como caderas
fértiles justificaba totalmente su pobre desempeño. Pero, fui cooperativa.
A pesar de mi agotamiento por la boda, cumplí, me dijo.
El futuro como la señora de Olivas,
se volvió tal que, cada vez que había que cumplir, la repulsión se
apoderaba de mí. La primera dama que ambicionaba ser, era una esposa sexualmente
insatisfecha. Me resigne. Siempre pensaba en aquel día de la boda, en el
vestido de novia más caro hecho de telas importadas, el banquete de cuatro
tiempos solo para los paladares más sofisticados, pero sobre todo en la paz y
tranquilidad de un día no tener a mi madre corrigiéndome todo el tiempo y diciéndome
‘’Ya tienes 23 años Nenita, sino vas a estudiar como tu hermana, deberías
empezar a buscar marido’’. Les demostré conseguir al mejor candidato, la mejor
boda de todos los tiempos, y ademas, robarme su apellido. Pudiera convertirme en
una frígida, a mi no me importaba. Yo ya no era muda, ya no era invisible.