jueves, 25 de septiembre de 2025

Vergüenza Vaginal

Tan misteriosa es la vulva: oculta, escondida de todo el mundo, tan hacia adentro. Es suelo fértil para la más poderosa de todas las emociones… LA VERGÜENZA.

Chio, una señora con altos grados de vergüenza a pesar de sus 40. A su edad ya lo tenía todo: perimenopausia, una serie de fracasos laborales, ansiedad y depresión; una mezcla de baja autoestima e indignación.

Un día llegó el periodo —ese que ya se presentaba cuando se le daba la gana— y también la picazón… y el chuchi se sentía irritado, inflamado y dijo: “Hazme un favor: ráscame como boleto de lotería y te haré sentir que ganas un millón de dólares. Si pudieras agacharte y sacarme los ojos, te lo agradecería mucho…” Se asustó la Chio, pero decidió no buscar por internet porque las razones podían ser muchas ETS y muchos cánceres. “¿Puedes rascarme hasta arrancarme la piel?” insistía tanto.

La ayuda tenía que llegar ya, y no es como que vas al súper y hay un pasillo para vulvas… bueno, sí: la higiene femenina, con mil productos para que el chuchi huela a lavanda. “¿Por qué así debe oler, no?” —“¡No me importa el olor! Solo te diré dos palabras: ¡lijadora industrial! ¡O voy a dispararme en la puta cara!”— y la pobre Chio atacó a sus propios genitales trastornados… ¡una vergüenza!

Y ahi estaba, sin amigas para que la ayudaran en su agonía, y para colmo seguía atrapada en síntomas menstruales, como si algo por dentro la estuviera apuñalando.

Apuesto a que creen que con los años se acaba la vergüenza vulvar. ¡Están equivocados! La vergüenza se adapta y se vuelve más fuerte que nunca.

lunes, 1 de septiembre de 2025

La mujer incompleta

"Yo perreo sola"

Mi tía la Cuca fue mi primer ejemplo de lo que significa ser una mujer independiente. Desde niña observaba todos sus movimientos con admiración: cómo manejaba su trocona perrona y viajaba de aquí para allá con toda seguridad, cómo hablaba sin titubeos. Era súper culta y no se le conocía novio alguno (o novia), pero le cantaba al amor con harta pasión.

Y, sin embargo, flotaba sobre ella un aire de lástima. Alguna vez escuché murmullos descalificadores a su alrededor: “pobre, no tiene hijos”, “pobre, está sola”. Como si ella, con todo su intelecto y singularidad, no fuese suficiente.

A mí, la tía Cuca me parecía lo máximo, la mujer más cool del planeta. No entendía por qué los demás hablaban de ella en esos términos. ¿Por qué querían despojarla de su plenitud solo porque no había seguido el guion preestablecido? Su vida, para mí, era una celebración de la autonomía. No entendía por qué la gente la veía como inadecuada.

Y es que se nos enseña desde muy pequeñas que no estamos completas y que necesitamos de un otro. Que somos el complemento de una ecuación ajena donde primero somos la hija de, luego la novia o esposa de, y después la madre de.

Pero ella me enseñó siempre a buscar algo más que un hombre con el que mi nombre sonara bien junto a su apellido —diría la Karol G, como si fuera una victoria—. Me enseñó que todo debe ser cuestionado y que, siendo tan independiente como ella lo fue, con dinero, con trabajo, yo iba a tener opciones. Y que una mujer con opciones tiene poder.

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