Ajusta tus labios y vayamos a conocer a esta gran dama de la humillación.
Chio, una señora con altos grados de vergüenza a pesar de sus 40. A su edad ya lo tenía todo: perimenopausia, una serie de fracasos laborales, ansiedad y depresión; una mezcla de baja autoestima e indignación.
Un día llegó el periodo —ese que ya se presentaba cuando se le daba la gana— y también la picazón… y el chuchi se sentía irritado, inflamado y dijo: “Hazme un favor: ráscame como boleto de lotería y te haré sentir que ganas un millón de dólares. Si pudieras agacharte y sacarme los ojos, te lo agradecería mucho…” Se asustó la Chio, pero decidió no buscar por internet porque las razones podían ser muchas ETS y muchos cánceres. “¿Puedes rascarme hasta arrancarme la piel?” insistía tanto.
La ayuda tenía que llegar ya, y no es como que vas al súper y hay un pasillo para vulvas… bueno, sí: la higiene femenina, con mil productos para que el chuchi huela a lavanda. “¿Por qué así debe oler, no?” —“¡No me importa el olor! Solo te diré dos palabras: ¡lijadora industrial! ¡O voy a dispararme en la puta cara!”— y la pobre Chio atacó a sus propios genitales trastornados… ¡una vergüenza!
Y ahi estaba, sin amigas para que la ayudaran en su agonía, y para colmo seguía atrapada en síntomas menstruales, como si algo por dentro la estuviera apuñalando.
Apuesto a que creen que con los años se acaba la vergüenza vulvar. ¡Están equivocados! La vergüenza se adapta y se vuelve más fuerte que nunca.
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